Cuando vuelves a “la vida” post vacacional, más que aterrizar, lo que cuesta (o al menos a
mí me cuesta) es saber donde estás… Te preguntas si es cierto todo, si
simplemente sigues en un limbo feliz, si duermes
o sueñas durante al menos un día más…
Reconozco que el pasado sábado estaba aturdida y no
sabía en qué parte del mundo me encontraba, si era o no mi dormitorio, si eran
las diez de la mañana o de la noche, si vivía o moría, si iba o no a despertar
con los gritos de: “Housekeeping!!!”, si debía contestar: “Gracias” o “Tarima
Kasih”… En definitiva, tenía una empanada metal que superaba todos los límites
posibles, pero una empanada maravillosa..., acompañada de una sonrisa y un brillo
en los ojos como hacía años.
Porque aunque no quieras Asia te transmite algo especial…,
paz, bienestar, reláx, aire fresco, ganas de vivir, sed de conocimiento…
Transportar eso en la maleta ha sido relativamente fácil, lo difícil
viene ahora… Lo difícil es saber administrar todo en pequeñas dosis para superar el día a día, hacer
valer las experiencias, cerrar los ojos y recordar el contenido acompañado de sus
continentes para no desesperar…